En la velada denominada "Tandil contra todos" (combatieron en las peleas previas púgiles de la ciudad de la Provincia de Buenos Aires contra otros exponentes nacionales), el campeón argentino pluma y latino del mismo peso OMB, Matías Carlos Adrián "La Cobrita" Rueda, hizo su presentación en su ciudad natal, con el cetro nacional en disputa.
El campeón arribó al ring con un récord inmaculado: 16 victorias, 13 de ellas por la vía rápida. Ante sus puños se encontraba el retador, el experimentado cordobés Jorge Luis Rodríguez (15 ganadas, 4 por KO, 8 perdidas y 1 empate), que venía en pleno ascenso: 9 de sus últimas 11 actuaciones lo habían visto con los brazos en alza al finalizar la última campana.
La encomienda no se le hizo fácil al joven tandilense, que tomó el centro del ring y se dispuso a ir hacia adelante en búsqueda de su rival. El cordobés, viejo lobo de mar, atinó a desplazarse velozmente por el cuadrilátero, sin dejar un blanco fijo a las ametralladoras de Rueda. El campeón lució algo desconcertado, buscó y buscó el achique, pero el atinado uso del clinch siempre lo sacaba de situaciones comprometedoras al púgil retador. Rodríguez impuso esta realidad en los dos primeros rounds, hasta que en el tercero, Rueda por fin logró llegar a la humanidad de su contrincante con una explosiva combinación.
El físico de Rodríguez fue perdiendo vigor y la Cobrita, con paso firme y al frente, era cada vez más claro. En el quinto llegaron las primeras emociones fuertes de la noche. Rueda empezó a conectar su temeraria derecha en gancho y el referí le tomó la cuenta al cordobés cuando cayó de rodillas al suelo, no por un golpe claro sino como una súplica ante el castigo sufrido. Fue un fallido del árbitro, pero apenas pasados unos segundos, el tandilense avanzó y, con golpe claro esta vez, llevó a la lona al retador. Parecía acabada la historia, pero Rodríguez insistió en combatir, se irguió, y la campana lo salvó para ir al descanso a recibir la asistencia de su rincón.
El sexto asalto vio a un Rodríguez yendo al mata o muere, pero la Cobrita no sufrió en ningún instante. Confieso que Rueda, de no haber sido boxeador, debería haber interpretado (salve el anacronismo) el papel de Terminator. El rostro gélido como el viento antártico de Rueda nos regala una máquina que sube al ring con un único objetivo: destruir a su rival y ganar por KO. Es la ley de Rueda, cuyo arsenal lo hace un púgil impactante y atractivo. Así fue que con estas armas, apenas iniciada la séptima vuelta, conectó dos veces el 1-2 con jab izquierdo y derecha en gancho para dejarlo listo a Rodríguez para ser evaluado en un hospital. El referí dio por sentenciada la historia sin hacer la cuenta y el campeón pudo alzar las manos esbozando un movimiento en su rictus que podemos interpretar como sonrisa, demostrando que finalmente es humano.
Deseo que Rueda pueda posicionarse internacionalmente. Tiene lo que hace falta y, por sobre todas las cosas, una derecha que ejercita un poder de destrucción masiva en los que osan enfrentarlo. Espero que así sea.
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