Muchos argentinos nos subimos a la cresta de la ola cuando el logro se
había consumado. Sergio “Maravilla” Martínez tuvo que luchar contra el negocio
del boxeo, para recuperar un título que el CMB le sacó de forma absurda. A
partir del triunfo contra Chávez Jr., el boxeo recobró aires de tiempos mejores,
de noches de Luna Park pasadas. Pero la velada en Vélez haría que mucha gente
se vuelque en contra del monarca de los medianos.
Ya han sido incontables comentarios, los leídos en las redes sociales,
escuchados en los pasillos del trabajo, donde Sergio Martínez ha sido
bastardeado. ¿Qué razones han llevado a muchos compatriotas para atacar a
nuestro campeón? Sinceramente, no logro encontrarlas. Como marcaba en la
apertura de la nota, Martínez es responsable de que mucha gente que no era aficionada
al boxeo, viera la llama de un deporte emblema de nuestro país, arder
nuevamente. Yo soy uno de ellos. La primera pelea que vi en mi vida con
completa atención de todos mis sentidos, fue la que protagonizó “Maravilla”
contra Chávez Jr. En ese momento, no lograba entender por qué sufría tanto con
ese púgil que se encontraba a miles de kilómetros de distancia. Si siquiera lo
conocía, si apenas había escuchado de él semanas previas a la gran contienda. Su
figura me contagió, y a partir de allí me convertí en un fanático fervoroso del
boxeo.
Es que Sergio Martínez, el quilmeño que tuvo que exiliarse en España
en la época de la crisis de inicios del 2000, es el gran responsable de este
momento de gran atención al deporte de los puños. Su historia de vida se paseó
por varios programas. Conmovió a los televidentes en el show de Alejandro
Fantino. Su forma educada, llamativamente intelectual, cautivó a todos. Un tipo
centrado, lejos del glamour de los amigos del campeón, que tenía un único y
principal objetivo: recuperar el cinturón que el CMB le había obsequiado al “hijo
de la leyenda”. Martínez, consciente de que, para atrapar al público nacional
tenía que exprimir su momento mediático, transitó innumerables sets de filmación,
participó del ciclo bailable del programa que se emite en Canal 13. Todo lo que
había hecho, por lo que se lo había elogiado, por lo que nos había enamorado,
le fue criticado tras lo hecho en Vélez Sarsfield.
Con la victoria consumada ante el mexicano Chávez, la “Maravillamanía”
rayó la locura. Tras ser el boxeo un deporte prácticamente bastardeado, se situó
en principal tópico de los diálogos de café, de trabajo. El estadio de Vélez
Sarsfield, acogió a miles de argentinos que colmaron la cancha de Liniers,
para ver a su nuevo ídolo en acción. Era claro, el 90% de los presentes, poco
sabían de boxeo. Como suele suceder, acudieron famosos, personajes de la farándula
que aprovechaban el momento para robar cámara en la alfombra previa al estadio.
La gente esperaba ver una faena similar a la lograda en los Estados Unidos. Todos,
es cierto, deseábamos ver una presentación similar, pero no se pudo. El
ajetreado físico del quilmeño, con una recuperación que no había sido tal en el
plano completo de la palabra, pasó factura a un boxeador que hace arte de su
movilidad. Hombro, rodilla y mano lesionada. Así y todo, como diría Sergio: “no
podía cancelar la pelea. La gente me hubiera linchado. Nunca más podría haber
vuelto a mi país”.
Sergio ganó la pelea apelando a su corazón, al coraje que derramó
sobre el ring. Su carrocería fue al suelo con un golpe del británico Murray,
pero apenas levantado le dijo a su madre que se encontraba en el ringside: “no
pasa nada, está todo bien”. Su orgullo le impedía que tanto sacrificio hecho, y
ante el ferviente público que había copado el estadio, el inglés (justo uno) se
llevara su título. Sacó fuerzas de donde no había. Sin combustible, con el ímpetu
de un gladiador, fue a buscar los últimos rounds. Los ganó, ganó la pelea. Pero
mucha gente se volvió en su contra.
Gente que quizás había visto 2 peleas en su vida, denunciaban un robo.
Incluso algunos colegas suyos. Ninguno de ellos prestó atención a lo que había
pasado. Un hombre disminuido en sus capacidades físicas, derrotó a otro que no
se animó o no supo como llevarse el título a Gran Bretaña. Para mí fue solo la
confirmación de su condición de ídolo. Repito, el responsable de la fiebre que
hoy muchos viven por este deporte, entre los que me incluyo. El sábado será la
oportunidad, quizás, de ver nuevamente al mejor Martínez. Sino, sabemos que su
corazón estará de vuelta presente para cargar con ese cuerpo lleno de hazañas.
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