Perdimos otro campeón. En un mes los más
grandes exponentes del boxeo nacional cayeron derrotados. Dos campeones que perdieron en su ley. ¿Puede haber
reproches? Para muchos que no entienden de este deporte y solo se suben al exitismo
del momento seguramente sí. De mi parte, por lo menos, no.
De movida nomás, podría caerse en el
reduccionismo de afirmar que la derrota de Maidana fue más digna que la de
Maravilla, esta aseveración la considero un error tanto como la comparación
misma. Claro, muchos dirán que Mayweather es el mejor del mundo y que Cotto
venía de vencer a un “paquete” y que sus presentaciones anteriores habían sido
dos estrepitosas derrotas. Pero para entender el lugar de Cotto en el box hay
que remontarse hacia más atrás. Cotto llegaba a la pelea con Martínez como un
púgil que había conseguido títulos mundiales en tres categorías distintas
(superligero, welter y superwelter) y venía convencido a arrebatarle el cetro
de los medianos que ostentaba nuestro campeón para convertirse en el primer puertorriqueño
en conquistar cuatro títulos mundiales. No era sólo el que había caído por
nocaut contra Trout y Pacquiao.
La preparación de Cotto para este combate
fue impecable. Y su despliegue sobre el ring fue casi perfecto, digno de un
artista del box. Supo hacer todo bien. Supo cuando ser ofensivo y cuando
defenderse. Supo manejar los tiempos de la pelea. Supo dominar el centro del
cuadrilátero desde el campanazo inicial. Supo hacer todo eso que a Martínez lo
llevó a ser el número uno de los medianos. Invirtió los roles de una manera
notable y colocó a Martínez en un lugar en el que, prácticamente, nunca estuvo,
siendo él el dominado dentro del ring.
Ese Boricua ni un minuto nos permitió
ilusionarnos. Desde ese gancho de izquierda, su famoso golpe que tantos otros
habían sufrido, que envío al campeón a la lona por primera vez comenzó la
pesadilla. Lo que no podíamos creer que sucediera, se volvió una realidad
ineludible frente a nuestros ojos. Y si todavía no nos habíamos recuperado del
primer sacudón, enseguida vino el segundo y la historia se convirtió en una
película de terror cuando llegó la tercera caída. ¿Qué estaba pasando?
En el primer asalto, tres caídas. Los
espectadores se miraban unos a otros buscando
una respuesta a lo que estaban viendo. Y la respuesta estaba en la cara de
maravilla, mirando hacía su rincón y negando con la cabeza, como admitiendo,
por primera vez en su carrera, que la tenía más difícil que nunca. Ni los
peores pronósticos podían adelantar lo que se vivó en ese primer round y lo que
sería el resto de la pelea, o del suplicio, más bien dicho. Ver a Maravilla recibir ese prolijo castigo
que le propinó Cotto hasta el final del noveno round parecía una horrible
tortura.
Muchos dicen que una de las peores cosas que le puede pasar
a un boxeador es no darse cuenta cuándo debe retirarse. Es de una sabiduría que pocos
alcanzan el entender cuando llegó ese momento en el que hay que decir basta, ya
fue suficiente para mí. ¿Maravilla logró ver esto? ¿Su tiempo como boxeador estaba
acabado antes de caer frente a Cotto? Probablemente su cuerpo le estaba
diciendo a gritos que sí, que la hora de colgar los guantes ya había llegado.
Su rodilla se lo estaba diciendo. Pero no el orgullo. Ese orgullo de campeón.
Ese orgullo de ser el que se hizo desde abajo, sin recibir el apoyo de
promotoras o canales de televisión. Ese orgullo que se forjó en las sombras de
una argentinidad que lo ignoraba completamente. Que desconocía cada uno de sus
logros y que solo lo conoció campeón, en la cumbre de su carrera. Esa
argentinidad, ingrata e intolerante que solo entiende de
subirse al éxito ajeno y despegarse rápidamente cuando este se acaba, es la que
ahora grita desenfrenada que su talento siempre fue una mentira. Pero señores,
déjenme decirles algo, esos que alcanzan la gloria son hombres. Hombres como
ustedes, como yo, como cualquiera. Y los hombres se alzan y se caen porque no
son eternos y porque cometen errores. Si, aceptar la pelea con Cotto fue un
error. Pelear contra Martin Murray a una semana de volver a lesionarse la
rodilla también fue un error. Pero un error para nosotros, los que estamos
lejos de la gloria y la observamos desde la distancia.
Si hay algo que debemos admirar de Martinez es que esas peleas, que pueden ser vistas ahora como un error,
fueron realizadas embriagado por su orgullo de campeón. Ese que lo llevó a
noquear a Paul Williams de forma impresionante. El mismo con el que recuperó el
título de los medianos, injustamente arrebatado por la CMB, dándole una lección
de box al hijo de la leyenda. Y el mismo con el que aguantó nueve episodios de
un castigo que pocos lo hubieran tolerado. Y si no hubiera sido por la correcta
decisión de Pablo Sarmiento, hubiera seguido sobre el cuadrilátero para
intentar el milagro hasta el final. Ese milagro en el que solamente un campeón
de verdad puede creer.
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