martes, 10 de junio de 2014

El orgullo del campeón



Perdimos otro campeón. En un mes los más grandes exponentes del boxeo nacional cayeron derrotados. Dos campeones que perdieron en su ley. ¿Puede haber reproches? Para muchos que no entienden de este deporte y solo se suben al exitismo del momento seguramente sí. De mi parte, por lo menos, no.

De movida nomás, podría caerse en el reduccionismo de afirmar que la derrota de Maidana fue más digna que la de Maravilla, esta aseveración la considero un error tanto como la comparación misma. Claro, muchos dirán que Mayweather es el mejor del mundo y que Cotto venía de vencer a un “paquete” y que sus presentaciones anteriores habían sido dos estrepitosas derrotas. Pero para entender el lugar de Cotto en el box hay que remontarse hacia más atrás. Cotto llegaba a la pelea con Martínez como un púgil que había conseguido títulos mundiales en tres categorías distintas (superligero, welter y superwelter) y venía convencido a arrebatarle el cetro de los medianos que ostentaba nuestro campeón para convertirse en el primer puertorriqueño en conquistar cuatro títulos mundiales. No era sólo el que había caído por nocaut contra Trout y Pacquiao.

La preparación de Cotto para este combate fue impecable. Y su despliegue sobre el ring fue casi perfecto, digno de un artista del box. Supo hacer todo bien. Supo cuando ser ofensivo y cuando defenderse. Supo manejar los tiempos de la pelea. Supo dominar el centro del cuadrilátero desde el campanazo inicial. Supo hacer todo eso que a Martínez lo llevó a ser el número uno de los medianos. Invirtió los roles de una manera notable y colocó a Martínez en un lugar en el que, prácticamente, nunca estuvo, siendo él el dominado dentro del ring.

Ese Boricua ni un minuto nos permitió ilusionarnos. Desde ese gancho de izquierda, su famoso golpe que tantos otros habían sufrido, que envío al campeón a la lona por primera vez comenzó la pesadilla. Lo que no podíamos creer que sucediera, se volvió una realidad ineludible frente a nuestros ojos. Y si todavía no nos habíamos recuperado del primer sacudón, enseguida vino el segundo y la historia se convirtió en una película de terror cuando llegó la tercera caída. ¿Qué estaba pasando?

En el primer asalto, tres caídas. Los espectadores se  miraban unos a otros buscando una respuesta a lo que estaban viendo. Y la respuesta estaba en la cara de maravilla, mirando hacía su rincón y negando con la cabeza, como admitiendo, por primera vez en su carrera, que la tenía más difícil que nunca. Ni los peores pronósticos podían adelantar lo que se vivó en ese primer round y lo que sería el resto de la pelea, o del suplicio, más bien dicho. Ver a Maravilla recibir ese prolijo castigo que le propinó Cotto hasta el final del noveno round parecía una horrible tortura.

Muchos dicen que una de las peores cosas que le puede pasar a un boxeador es no darse cuenta cuándo debe retirarse. Es de una sabiduría que pocos alcanzan el entender cuando llegó ese momento en el que hay que decir basta, ya fue suficiente para mí. ¿Maravilla logró ver esto? ¿Su tiempo como boxeador estaba acabado antes de caer frente a Cotto? Probablemente su cuerpo le estaba diciendo a gritos que sí, que la hora de colgar los guantes ya había llegado. Su rodilla se lo estaba diciendo. Pero no el orgullo. Ese orgullo de campeón. Ese orgullo de ser el que se hizo desde abajo, sin recibir el apoyo de promotoras o canales de televisión. Ese orgullo que se forjó en las sombras de una argentinidad que lo ignoraba completamente. Que desconocía cada uno de sus logros y que solo lo conoció campeón, en la cumbre de su carrera. Esa argentinidad, ingrata e intolerante que solo entiende de subirse al éxito ajeno y despegarse rápidamente cuando este se acaba, es la que ahora grita desenfrenada que su talento siempre fue una mentira. Pero señores, déjenme decirles algo, esos que alcanzan la gloria son hombres. Hombres como ustedes, como yo, como cualquiera. Y los hombres se alzan y se caen porque no son eternos y porque cometen errores. Si, aceptar la pelea con Cotto fue un error. Pelear contra Martin Murray a una semana de volver a lesionarse la rodilla también fue un error. Pero un error para nosotros, los que estamos lejos de la gloria y la observamos desde la distancia.

Si hay algo que debemos admirar de Martinez es que esas peleas, que pueden ser vistas ahora como un error, fueron realizadas embriagado por su orgullo de campeón. Ese que lo llevó a noquear a Paul Williams de forma impresionante. El mismo con el que recuperó el título de los medianos, injustamente arrebatado por la CMB, dándole una lección de box al hijo de la leyenda. Y el mismo con el que aguantó nueve episodios de un castigo que pocos lo hubieran tolerado. Y si no hubiera sido por la correcta decisión de Pablo Sarmiento, hubiera seguido sobre el cuadrilátero para intentar el milagro hasta el final. Ese milagro en el que solamente un campeón de verdad puede creer.

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